Es la baja del consumo la solución del problema de la carne
Ya lindando con el mal gusto señaló refiriéndose al ex presidente: "Ahora su esposa después de comprobar los efectos afrodisíacos del cerdo que destaparon las arterias inferiores de su marido, pero le obstruyeron la carótida migró hacia el pescado".
Lo valioso de estas frases es expresar con claridad el sentir de muchos participantes en el negocio ganadero sobre la cuestión del extraordinario aumento del precio de la carne de los últimos meses y el nivel de respeto y seriedad con el que abordan el debate.
¿La solución para el aumento de la carne y el consecuente de sus sucedáneos debe partir de bajar un 20 o 30% el nivel de consumo interno desde los niveles de exabrupto en que estuvieron en el 2009?, ¿la caída del consumo interno será la condición para aumentar las ventas externas y el rodeo vacuno?
El dato cierto es que la faena total alcanzaba las 2.500.000 t/res c/hueso en los deprimidos consumos de los años 2001/2002, se elevó a alrededor de 3.000.000 entre el 2004 y el 2006 y luego prosiguió subiendo hasta alcanzar las 3.540.716. t en el año 2009. El consumo interno por persona subió entre ambos extremos desde los 60 kg a algo más de 70 kg el año anterior. Indudablemente, los argentinos consumieron más carne y uno debe interpretar positivamente esa mejora en la alimentación.
VENTAS. Las exportaciones totales de carne aumentaron proporcionalmente mucho más. Desde niveles de 152.584 t (2001) y 347.870 t (2002) a 638.212 t en el año anterior, cuando representaron un 18% del total faenado frente a sólo un 6% en el año 2001.
Es destacable que las relativamente altas ventas externas del 2009 se realizaron en un año de caída de precios internacionales (un 25 % menor que en el 2008) y alcanzaron ese volumen aun frente a la falta de ejecución de la Cuota Hilton (la de mayores precios) entre julio y octubre. Rusia se convirtió en el principal destino junto con otros países de la UE, Hong Kong, Chile, Israel, Venezuela y los Estados Unidos.
En resumen, el conjunto de la actividad tuvo un buen desempeño en los últimos años basado en el aumento del consumo interno y en la surgimiento y consolidación de nuevos mercados, muchos de ellos conquistados luego de ser declarado nuestro país libre de aftosa con vacunación.
En los últimos años se produjo un aumento extraordinario del precio promedio del kilo vivo que rondaba en Liniers los u$s0,74 en diciembre del 2008, alcanzó los u$s0,99 en el mismo mes de 2009 y trepó a niveles superiores a u$s1,40 este año. Entre diciembre de 2008 y comienzos de 2009 la carne aumentó un 100 por ciento.
El incremento de precio de los últimos meses fundamentan las afirmaciones de revistas especializadas que señalan el fuerte aumento de la rentabilidad en las explotaciones ganaderas, que alcanzarían alrededor de un 500% en el caso de los feed lot y menores porcentajes (alrededor de un 100% en explotaciones orientadas a la cría de ganado) . En igual sentido operan las rentabilidades de los otros componentes de la cadena, transportistas, frigoríficos, matarifes, etcétera.
Las diferencias de rentabilidad entre los distintos eslabones del sector y la disputa por cuál de ellos se apropia de la mayor tajada de los mayores precios no es nueva. Son célebre los conflictos entre criadores e invernadores a comienzos de la década de 1920, que determinó que de manera impensada Pedro Pagés, representante de los criadores, desplazara a los invernadores en la dirección de la Sociedad Rural Argentina y fue motivo para que el estado nacional creara el Frigorífico Nacional para imponer precios de referencia a la carne frente al control que hasta ese momento ejercía la gran industria extranjera. También en la década del ’30 se produjo el conocido y trágico debate de las carnes de 1935 en torno del Pacto Roca-Runciman, que involucró en la disputa a criadores, invernadores y frigoríficos y le costó la vida en el propio recinto del Senado al senador Enzo Bordabehere y casi la suya a Lisandro de la Torre.
A partir de los años ’30 con la creación de la Junta Nacional de Carnes (JNC) y la Corporación Argentina de Productores de Carnes (CAP) aumentó la regulación sobre el funcionamiento del sector. En años de deprimidos precios internacionales y cuando el casi exclusivo comprador, Gran Bretaña, imponía su poder de compra, el Estado comenzó una larga etapa de subsidios al sector y buscó equilibrar la distribución del ingreso entre la cadena (en distintos momentos la Sociedad Rural Argentina, las Sociedades Rurales del interior y la propia Federación Agraria Argentina tuvieron representantes en sus directorios). El poder económico y político del sector era de tal magnitud que sus intereses determinaban la orientación de la política económica y exterior del país, tal como lo demuestra el propio Pacto Roca-Runciman. Con diferencias entre distintos gobiernos esta política se mantuvo hasta fines de los años ’50 cuando comenzó el éxodo de los frigoríficos extranjeros y paulatinamente se fue perdiendo el mercado inglés, mientras no podíamos ingresar en el circuito no aftósico. Finalmente, la disolución de la CAP y la JNC alteraron estructuralmente el negocio.
PROBLEMA. Una primera aproximación al problema actual de la carne permite identificar por lo menos dos grandes diferencia en el desempeño y debate de la cadena con respecto al período 1930/1990.
El primero es que el sector ha dejado de ser el de mayor gravitación económica y política y en la mayor parte de esos años de mayor rentabilidad en el agro. Hoy, la producción y exportaciones de granos, en particular de la soja, imponen lo que en otro artículo definimos como la "Reina de las rentas", siendo la que determina las expectativas de ganancias de los propietarios de la tierra y productores, que ambicionan y reclaman percibir similares ingresos que los que obtienen con el exótico grano.
El segundo aspecto que diferencia el comportamiento del sector respecto de los años anteriores a los ’90 es la inexistencia de la JNC y de la CAP, que permitían al Estado regular el funcionamiento del sector. Es muy probable que de persistir las quejas de los productores respecto del papel apropiador de ganancias y de los grandes supermercados, surjan voces que reclamen algún grado de resguardo estatal que no se limite sólo a subsidiar principalmente a los feed lots.
Mas allá de aceptar la declamada baja en el número de cabezas para justificar los grandes aumentos de precio (existió un clásico debate sobre si las cifras sobre sus rodeos denunciadas por los productores son absolutamente confiables), debe reconocerse que la presión alcista del precio de la carne es motorizada por las nuevas expectativas de renta agraria y por las oportunidades a partir del 2003 de abrir nuevos y rentables mercados no aftósicos en el mundo para las ventas de carne vacuna.
Puede asegurarse que con mayor o menor número de cabezas de ganado en el país, la tendencia al aumento del precio del kilo vivo sería inevitable dadas las condiciones que definen las expectativas de rentabilidad.
No parece que el menor consumo de carne (que puede ser aún menor a los 60 kg anuales por persona) permita en poco tiempo moderar los precios. No es "alargando la veda religiosa" de Pascuas como se llegará a disminuir los precios.
Pese a que se promocionen otros alimentos, cerdo, pollo y pescado que aumentarán de precio al incrementarse su demanda, no se resolverá totalmente el problema de la inflación. La cultura carnívora del país y la leyes inexorables de la tendencia a igualar los precios entre el mercado mundial y el interno y la que tiende a nivelar las tasas de ganancias en distintas actividades agropecuarias permiten suponer que de no haber una eficaz acción regulatoria del mercado por parte del Estado, se mantendrá la presión inflacionaria en todos los rubros vinculados con la alimentación y el uso de la tierra.