La inocencia y el ternero
Los domingos era el día de volver a la ciudad. En primavera los viajes se hacían de noche porque nosotros, los niños, disfrutábamos del campo hasta el último momento y papá tenía más tiempo para monitorear a las vacas en parición.
Aquella tarde todo transcurrió normal por lo que se prendió el motor de la vieja camioneta y nos pusimos en marcha para al pueblo.
No habíamos recorrido dos potreros que el viejo, con los ojos de halcón que caracteriza al productor rural, vio a una vaca atracada.
El pobre animal tenía una pata del ternero afuera, pero no podía sacarlo. Allí nomás empezó la aventura.
Objetivo: llevar el animal a los corrales para ayudarlo a parir.
Dificultad: camioneta cargada con cuatro niños, un perro y dos adultos.
De todas formas, empezó la persecución. La vaca corría para todos lados. No podíamos hacer que entre al corral.
Entre vuelta y vuelta, mi hermana chica (de unos 4 años en aquel entonces) le preguntó a papá, con cierto tono de indignación: “Pero, ¿¡cómo hizo el ternero para meterse ahí!?